Juan Diego Graus

Una última carrera

Muchas personas dicen que los videojuegos son sólo una pérdida de tiempo, no les puedes sacar nada provechoso y que sólo sirven para entretenerse un rato. Este no es mi caso, y te darás cuenta por qué.


Ya han pasado diez años desde que mi papá me compró mi primera Xbox, era la consola del momento y recuerdo que por un tiempo, fui El Niño más feliz de todo Lima. Nadie podía ni me iba a quitar esa felicidad.


Mi familia era de la clase media, no nos pudríamos en plata pero tampoco nos faltaba la comida, mi padre era un contador que en su infancia fue muy pobre pero que logró vencer todos los obstáculos que le puso la vida y hoy podía disfrutar de un hogar tranquilo junto a mi madre y yo, su único hijo.


Mi padre y yo éramos muy cercanos, no nos guardábamos nada. Me hizo disfrutar lo que él no pudo disfrutar cuando fue niño: Un papá del cual estar orgulloso. Pasaba mucho tiempo con él y siempre lo tomé como ejemplo. Él trabajaba por mi, para hacerme feliz, para verme sonreír.


Recuerdo muy bien esa tarde que llegó junto con una caja blanca, la agarraba como si fuera un maletín. Yo no sabía que era, porque él trataba de evitar que yo lo vea, pero se acercó a mi y me la dio. "Feliz cumpleaños" me dijo.


Ni bien me lo mostró mis ojos se iluminaron, era la nueva Xbox, tremenda consola, no habría otra que la supere en por los menos veinte años, pensé en ese momento. Abracé a mi padre de la emoción, él se reía, él también estaba emocionado, pero no por la Xbox, sino por verme tan feliz.


Yo no tenía hermanos, sólo tenía siete años en ese momento y el único que jugaba a la Xbox conmigo era mi papá.


Los juegos eran caros y mi papá no tenía para derrochar dinero, así que me dijo que escogiera uno y sin pensarlo dos veces elegí el que estaba de moda en aquel momento, 'Super Real Racing'. Este era un juego de carreras, podías jugar contra la máquina o contra un segundo jugador, normalmente competía contra mi papá y este siempre me ganaba. Nunca le podía ganar.


Hubo un día que no había sido el mejor para mi, en el colegio la tutora me había llamado la atención y mis notas no estaban nada bien, llegué a la casa un poco molesto y me metí a mi cuarto a jugar al juego de las carreras, mi padre me dijo para jugar contra él y acepté. Me ganó. La impotencia por no poder ganarle nunca fue tanta que tiré el mando, me crucé de brazos y me puse a llorar. "No te preocupes, vas a ver que algún día serás mucho mejor que yo y me ganarás" me consoló.


Practiqué las semanas siguientes, no paré, tenía que vencer a mi papá, esa era mi meta. Mi papá también practicaba con la Xbox una que otra vez para seguirme la corriente, decía que no iba a ser un rival fácil.


El día que que por fin iba a jugarle para ganarle, me enteré de la trágica noticia. Había chocado el auto regresando a casa, no logró llegar a la clínica con vida. Lloré hasta que no me salieron más lágrimas, una persona que nunca hizo nada malo, se fue sin más, de un golpe durísimo para mi. No volví a tocar la Xbox. Me hacía recordar a mi papá. Me traumé.


Ya han pasado diez años desde ese incidente, hoy en día tengo 17. Superé la muerte de mi padre a duras penas pero al final entendí que la vida no es sólo felicidad, también tiene momentos tristes.


Hace unas semanas comencé a ordenar mi cuarto, era un desastre. Entre todas las cosas guardadas encontré mi Xbox, empolvado, olvidado, pero supuse que aún funcionaba.


Lo conecté a la televisión para recordar buenos tiempos, entré al menú y me di con la sorpresa de que en la opción de guardado estaba la repetición de la última carrera, el Xbox lo había guardado automáticamente. Era de mi padre. Había practicado la noche anterior a su muerte, seguro no quería perder su invicto conmigo. Me quede consternado, era el recuerdo de mi padre. Volvió esa felicidad a mi. Esa que algún día tuve de pequeño.


El Xbox tenía la opción de poder competir contra la repetición, para ver sí podías superar tu propia marca. Comencé a jugar contra la repetición de mi padre, imaginando que estaba jugando con él, volví a sentirme un niño, volví a ser ese niño feliz, volví a sentir a mi padre junto a mi. Le saque mucha ventaja al carro de la repetición, y cuando estuve a punto de cruzar la línea de meta me frené en seco. Dejé pasar al carro de mi padre primero. Se me salió una lágrima. No quería que esa repetición se perdiera. Sonreí. Nunca me había sentido tan feliz de que mi querido padre me ganara.


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Autor: Juan Diego Graus (2014)