Mi nombre es Antoine Landreau.
Mi nombre es Antoine Landreau y por fin estoy bien.
Por un tiempo no lo estuve. A simple vista, todo parecía estar bien, recibía un salario muy aceptable en una compañía conocida en el ámbito económico. Un apartamento que deslumbraba por su estilo en la zona más exclusiva de París, un carro deportivo de última generación, y una hermosa mujer que me limitaré a llamar "mi chica".
La verdad es que odiaba mi trabajo, esa rutina de estar trabajando para personas altaneras y cretinas todo el día, que no les importaba en lo más mínimo el estado de los demás y que sólo se preocupaban por si podían seguir haciendo más dinero desde el dinero que de hecho ya tenían. Odiaba mi estúpido apartamento en el piso más alto con su "moderno" estilo y ridículo equipo de sonido. Mi carro era una ostentosa pieza que algún día pasaría de moda, seguro en algunos meses la ofertarían por su porquería de kilometraje. Y mi chica era una perra superficial, que sólo salía conmigo por mi apariencia, aunque de hecho yo salía con ella por esas mismas razones.
Ya no quería nada de eso. Así que lo terminé. Al menos intenté hacerlo. Resultó que seis pastillas tranquilizantes y dos botellas de vodka puro no eran suficientes, especialmente si eres enorme y terminas vomitándolo todo antes de morir.
Desperté en una especie de sanatorio, un lugar para gente como yo. Esos que intentaron y fallaron. Intenté llamar al celular de mi chica pero no contestó, no me importó. Ella ya no me quería porque ya no me consideraba un "gran trofeo" y a mi sinceramente me daba igual. No tenía a ningún pariente a quien llamar. Nunca conocí a mis padres y mi abuela que me había criado desde muy pequeño había fallecido hace unos años.
Darme cuenta que estaba sólo me cambió la vida completamente. Tú pensarás que eso agravó aún más todos mis problemas, pero envés de eso me prometí a mi mismo que sólo haría cosas que me hicieran feliz; lo que yo quisiese hacer.
Así qué día a día me fui reincorporando y los guardias de ese centro de rehabilitación finalmente me tuvieron que dejar ir con unas notables caras de molestia. No hice muchos amigos ahí, pero mi psicólogo supervisor, Dr Jean Acrois, era un buen hombre. Se despidió de mi brevemente, y me pidió que lo llamara si sentía alguna clase de problema. No lo necesitaría.
Fui devuelta a mi apartamento y comencé a cambiar todo. Estaba cargado de dinero, así que por más que malgastara un poco, me quedaría una buena cantidad. No tenía deudas por mis estudios, ahorraba, y mi abuela me había dejado su casa rural en Lyon. Lo había puesto en renta por un tiempo para ganar unos cuantos euros más, pero la gente que lo pedía era demasiada, así que decidí dejar de alquilarlo. En ese momento no había nadie ahí, así que vendí mi carro, decidí ir a esa casa , compré un tractor a un precio accesible y me dediqué a comenzar mi nueva vida.
Tenía una buena cantidad de ahorros así que podría vivir con lo que tenía sin trabajar por unos años si manejaba bien mi dinero.
Todo iba a cambiar.
El viaje solo duró unas horas y llegué allá aproximadamente a las cuatro de la tarde. Vi el cartel que daba a la entrada: "Montparsesse": bonito nombre para esa casa que había tenido mejores épocas, me puse a mirarla unos minutos y entré.
Las cosas iban de maravilla. La casa estaba en condiciones regulares, así que gaste gran parte de mi dinero en remodelación y en darle un buen aspecto. Fui a cenar unas cuantas veces a un modesto restaurante local, para socializar un poco, y ahí conocí a un policía, que coincidentemente se apellidaba Acrois. Resultó ser que por un tiempo vivió en París cuando era pequeño, la ciudad que yo había dejado, y le pregunté si conocía a un tal Dr. Acrois. Nunca había escuchado sobre él.
Incluso me enamoré. Se llamaba Alice. Era la que atendía en ese pequeño restaurante que frecuentaba. Era muy bonita, tendría veintitantos, divertida, sin hijos, y una madre con la que no se llevaba muy bien. Siempre me veía en el restaurante. Cada vez que iba, ella me servía lo que siempre le pedía: Croissant con crema, jamón al horno y una taza de té. Normalmente la llevaba a su casa después de sus horas de trabajo y ella me lo agradecía invitándome a comer una deliciosa cena casera que ella con mucho gusto preparaba. Si seguía comiendo donde ella, ganaría unos kilos demás.
Mi nombre es Antoine Landreau y estoy en el paraíso.
Por fin soy feliz. Las cosas no pueden ir mejor. Hice algunos amigos, comencé a pasar más tiempo con Alice, pude volver a hacer actividades que nunca podría haber hecho allá en la ciudad. Mi única preocupación era encontrar un trabajo que me gustase, pero disponía de muchos meses aún para decidir eso.
Pero aún así las cosas no parecían reales. Era como un relato breve de la vida en un pequeño pueblo, felicidad perfecta, sin problemas, todos conocían a todos. Yo nunca había estado en un pueblo, excepto por las veces que había ido para visitar parientes o de paseo, así que pensé que era por la falta de experiencia. Hasta qué pensé que me volvería loco de nuevo.
Esta vez una diferente clase de locura. Ya no por estar descontento por mi vida, sino algo así como... Paranoia.
El policía Acrois se fijaba mucho en mí, no sabía por qué. Quizá porque yo era nuevo en el pueblo y el quería saber más de mí, pero era más que eso. Era algo más ... Personal.
Y Alice. La amaba mucho, pero cuando le comentaba mis sospechas sobre el policía Acrois o me salteaba alguna comida porque estaba con estrés, se ponía muy rara, me decía que tome un trago y que me relajara. Siempre me sentía mejor después de eso, pero unas cuantas horas después me acordaba de su raro comportamiento.
La mayoría de veces me encogía de hombros, hasta que algo pasó que terminó por desencadenar la mas extraña alucinación.
Un día estaba manejando hacia el restaurante, unos veinte minutos por la carretera, nada tedioso, el camino de vuelta era un poco más difícil. Lo que ocurrió fue que mientras manejaba, un venado salió desde los arbustos, y yo me desvié bruscamente para no atropellarlo. Pasó lo que seguramente te estarás imaginando. Me choqué con un árbol y me golpeé fuertemente con el volante.
Justo Ahí desperté.
Logré escuchar una voz con lo poco que me quedaba de conciencia. "Alice, trae algunas vendas, se ha caído por las escaleras. Ha perdido un poco de sangre y tiene unas cuantas heridas, no hay necesidad de llamar a urgencias"
"Sí Dr. Acrois."
Mis ojos se abrieron instintivamente. Mi visión era borrosa, poco a poco mi vista se iba enfocando. La cara del policía estaba junto al frente de la mía. No... No era el policía, era el Doctor Acrois.
"¿Estás bien, Antoine? ¿Sabes dónde estás?"
"Yo... Restaurante... Montparsesse- necesito... ¿Alice? Dónde... Necesito comida y agua. Necesito relajarme."
"Ahora te darán comida, no te preocupes." Alice reapareció con un bolso de suministros médicos. Logré ver una insignia en la parte derecha que decía "Centro psiquiátrico Montparsesse".
No podía lidiar con tanto, así que me terminé desmayando.
Cuando desperté, estaba echado en una cama. Sábanas blancas. Paredes completamente blancas. Vestía una bata blanca, esas de hospital.
La puerta se abrió. Alice entró con un plato de... Pastillas. Un vaso con agua en su otra mano.
"Alice, ¿dónde estoy? Es esto... Esto no puede..."
"Shhh, ahora Antoine, toma esto. Una comida y una bebida y te sentirás mucho mejor."
Claro. Siempre me sentía bien después de una comida y una bebida. Eso necesitaría para que esta alucinación parara. Tomé el puñado de pastillas y me las pasé todas de un solo trago. No eran tan buenas como el Croissant con crema.
"Relajate, Antoine."
Esa era una muy buena idea. Simplemente descansaré, para salir de esta pesadilla. Paz y tranquilidad... Montparsesse... Restaurante...
Justo en ese momento desperté y estaba en el restaurante. Seguro me dormí por el cansancio y tuve esa horrible pesadilla. Ya acabó, eso es lo único que importa. Simplemente se siente bien volver a la realidad, en mi buena y normal vida. Alice estaba atendiendo a un hombre en la mesa de al frente. Los dos voltearon a mirarme y me mostraron una sonrisa amistosa. Que lindo. Que tranquilo. No gran ciudad. No trabajo tonto. No estúpido apartamento.
Mi nombre es Antoine Landreau... Y creo que estoy loco.
Autor: Juan Diego Graus. (Pueblo Libre, 2014)