Juan Carlos Oyuela

Conversaciones que llenan de optimismo

El miércoles 21 de marzo fui cortésmente invitado a las oficinas de Diario El Heraldo. Disfruté de una amena conversación con Aimeé Cárcamo, jefa de la sección de opinión. Después de contarle algunos detalles de mi interés por la escritura, hablamos sobre algunos temas de la realidad hondureña. Al ir avanzando en nuestra amena plática, desde la elección del nuevo Fiscal General hasta el combate de la corrupción pasando por la educación, fueron surgiendo algunas ideas interesantes.

A mi consabida propuesta sobre la formación de la juventud y la búsqueda de nuevos talentos para asumir el relevo en la dirección de nuestro país, Aimeé insistió en la necesidad de respuestas más inmediatas y a corto plazo.

Luego pasamos a la posible creación de un grupo de discusión y estudio, formado por intelectuales para analizar a fondo las causas de nuestros problemas endémicos. En mi opinión, muchos de los intelectuales hondureños no han asumido su papel en la sociedad. Se entretienen en temas y asuntos propios de eruditos, desconectados de nuestra realidad. Honduras necesita una trasformación cultural. Ante los problemas del día a día, amargos, evidentes a todos, hace falta mucho estudio y reflexión seria. Profundizar en las causas históricas, sociales y económicas nos permitirá luego aportar soluciones prácticas, concretas y nacidas de nuestra propia realidad.

Luego pasamos al monstruo de las mil cabezas de la corrupción. Es verdad, tenemos leyes y autoridades. Demasiadas tal vez. Pero en general, yo el primero, nos las tomamos a broma. En Honduras el permisivismo y la falta de respeto a las instituciones, a las personas y a cualquier ordenamiento es un mal endémico. En el país del “todo es negociable” una de las fallas es que los llamados a poner orden y claridad no lo hacen. El caos y la confusión se instalan a sus anchas tal vez porque en muchos responsables a todos nivel les falta autoridad moral o valentía para ir en contra del estatus, los amigos, el partido o lo que sea. Da miedo exigir o ser exigidos. Si esta falta de fortaleza se encuentra insertada en el sistema judicial o en la fiscalía, como ha pasado y pasa, luego es difícil exigir seguridad jurídica y crecimiento económico y confianza.

Pero la principal enseñanza obtenida de este encuentro fue la conversación en sí misma. La Honduras sin problemas nunca existirá. Las dificultades en sí mismas, que nos afectan a todos, deben convertirse en la materia prima de muchas conversaciones. Los planteamientos plasmados acá podrían ser tomados por algunos como genéricos, ingenuos o parciales, incompletos e inclusive incorrectos. Pero, en mi opinión la principal fuente de esperanza y optimismo para nuestro país somos los mismos hondureños. Las respuestas a cualquier cosa que el futuro nos depare como sociedad pasan por el hecho de tenernos unos a otros.

En las sociedades modernas, más comunicadas, informadas y educadas hemos de perder el miedo a conversar. Aprender a dejar esa actitud primitiva, pueril y hasta necia de desconfiar de todo y de todos. Quitar esa actitud de ver a los demás como enemigos. Tener la valentía de reflexionar en las ideas sin importar si provienen de fuera del grupo cerrado en el cada uno se mueve.

Aunque los problemas se nos antojaran enormes como montañas o el panorama nos pareciera tan espeso y negro sin posibles salidas, no podemos olvidar que todos estamos en el mismo barco. Aprendamos a levantar la mirada y tengamos la valentía de ver a los demás a la cara. Entonces perderemos el miedo a decir las verdades con respeto. Perderemos esa tonta costumbre de denunciarlo y criticarlo todo. Nos daremos cuenta que todos tenemos algo que decir, mucho que escuchar y sobre todo una enorme cantidad de lecciones que aprender. De esta forma sí vislumbro un futuro esperanzador para nuestra Honduras.