Juan Carlos Oyuela

Fanáticos y fundamentalistas

Hace algunos días, un amigo me criticaba por haber mencionado la expresión “la vida debe continuar en nuestra Honduras”. Hacía alusión a continuar poniendo el dedo en la llaga de la ilegalidad del reciente proceso electoral. Respeto la postura de algunos en mantener su oposición al partido de gobierno. Personalmente manifesté de forma pública mi opinión con relación a la reelección -que sigo sosteniendo- pero de eso a esgrimir las banderas del odio y la destrucción existe un mundo de diferencia.

Dicen que en la antigüedad, una forma de tortura consistía en atar un cadaver al cuerpo del condenado hasta que la putrefacción invadía haciendo padecer una muerte lenta y penosa. Pensé en este símil al escuchar una y otra vez, hasta el cansancio, la forma en que algunos insisten en sacar adelante a nuestro país.

Sin duda, el olor dejado en el ambiente por las pasadas elecciones no es precisamente el de olor a rosas. Seguramente este fenómeno brindará mucho material para los estudiosos. En los próximos años aparecerán muchos análisis que en mi opinión son únicamente una muestra más de una profunda enfermedad larvada desde hace muchos años.

Todos sabemos los problemas de nuestra institucionalidad inoperante, la falta de ética y valores presente en muchos ciudadanos y políticos. La corrupción paralizante que corroe desde los huesos a nuestra incipiente democracia. Pero un enfermo no es un cuerpo para el cementerio. El buen médico es práctico. Busca las causas de las enfermedades, no todas al mismo tiempo tal vez, y aplica los remedios oportunos.

La medicina para Honduras no puede ser el fanatismo que cierra la puerta a la razón e intenta vendernos soluciones de todo o nada, que en una sociedad plural y libre no pueden existir. El fundamentalismo, contrario a lo que muchos piensan, es la falta de compromiso con verdades no negociables que pasan por el bien de las personas. El fanático, queriendo o sin querer, se aferra a muertos que le impiden levantar la mirada y juzgar en cada ocasión, con serenidad, con las circunstancias reales, lo que más conviene por el bien de todos. Puede ser, como muchos mencionan, que el cadáver en esta ocasión es la Constitución y las leyes vigentes. Yo pienso más bien en otros que parecen vivos pero que en realidad son cadáveres ambulantes.

Mi opinión es que en los días pasaos quedaron en evidencia la falta de valores, la incapacidad e inoperancia de diferente actores, que debieron cumplir con su deber y no lo hicieron. Dicen que la justicia a destiempo no es justicia, pero tarde o temprano, todos daremos cuenta del papel desempeñado en el reciente proceso democrático. Quedará en evidencia que la gran mayoría hizo lo correcto. Unos cuantos -miles tal vez- jugaron sucio con la ilusión y expectativas del pueblo hondureño.

¿Conformista?, no. Los expertos en ética señalan que a veces lo más conveniente es tolerar un mal menor, sin perder de vista que existe la obligación de aplicar los medios adecuados para remover ese mal en cuanto sea posible.

Pueden ser las leyes el problema. Aunque más pareciera que es la falta de personas que prefieran fijar su mirada en donde conviene ponerla. Si nos obsesionamos en ver solo los problemas, veremos como estos se multiplican como los microbios, por arte de magia. Necesitamos personas que saquen experiencia, pero sobre todo que pongan su atención en las soluciones, en los diálogos y entendimientos. Dejar de lado a los fanáticos que intentan atarnos a problemas -fomentados por ellos mismos- e intentan colocarnos en callejones sin salida.

Necesitamos el trabajo serio y responsable. El estudio sereno y profundo que nos plantee alternativas inteligentes. Tal vez nos vendría bien pedir prestada a Diógenes su lámpara. Buscar a esos hombres que con su competencia profesional y su amor a Honduras, desplacen a los fanáticos fundamentalistas que parece que andan pero que solo nos contaminan con una visión caduca y pesimista.