Las guías de educación sexual
Es evidente que existe la necesidad real de brindar a los jóvenes una adecuada educación sexual. Somos seres sexuados y esta es una de las dimensiones, que junto con otras, se integran en la formación de una personalidad madura. No podemos ocultar las deficiencias que hemos tenido, por diversos motivos, para brindar esta educación a nuestros jóvenes. Los frutos amargos de este vacío están a la vista de todos. Educar en la afectividad -nombre más adecuado de la educación sexual- es una labor integral que requiere una visión completa de la persona.
La experiencia, evidenciada en muchos estudios científicos, muestra que esta información, desligada de la formación en conductas y estilos de vida responsables, en lugar de ser una solución, agravan los problemas. En países como Estados Unidos, Inglaterra o España, por ejemplo, las guías y la educación sexual brindadas al margen de los padres, principales educadores de los hijos, fue contraproducente en el pasado. En lugar de ser una solución, significaron el aumento de embarazos en adolescentes, el incremento descontrolado de abortos y la iniciación más temprana en la actividad sexual de los jóvenes.
Tal vez sería injusto culpar a los autores de las guías de educación sexual, usadas al parecer de forma unilateral por el Ministerio de Educación en algunas escuelas de Honduras. Los avances científicos de los últimos años, no incluidos en estos textos, aportan valiosos elementos a tomar en cuenta. También hay que mencionarlo; detrás de muchos planteamientos irresponsables se encuentran intereses ideológicos, políticos e incluso de tipo económico.
Sólo por abordar uno de los tantos temas para reflexionar en estas guías, está la forma en que se aborda el grave y sensible tema de los embarazos en las adolescentes y las enfermedades de transmisión sexual.
La evidencia científica de los últimos años muestra con claridad que una educación sexual que fomenta el uso del preservativo, por ejemplo, favorece indirectamente el inicio precoz de la actividad sexual, a través del mecanismo de “compensación de riesgo” que consiste en la falsa idea de seguridad (invulnerabilidad) y hace que los adolescentes se relajen ante los riesgos de la sexualidad precoz y promiscua. A mayor creencia sobre la eficacia del preservativo (del 100%) la probabilidad de haber tenido ya una relación sexual precoz se incrementa significativamente. Tanto es así que la OMS lo considera como un medio moderadamente eficaz en la prevención del embarazo.
La alternativa correcta, llevada a cabo con éxito en países como Estados Unidos y Uganda, se centra en fomentar mensajes que favorecen la abstinencia, el retraso de las primeras relaciones sexuales y la monogamia. Impulsar la abstinencia, ha sido comparado por muchos expertos al descubrimiento de una vacuna que resuelve diversos problemas de salud pública. En el caso de la transmisión del sida, puede representar una efectividad de prevención de hasta un 80%.
La educación sexual pasa al campo de una prevención más eficaz al enseñar a los adolescentes los beneficios de ciertos estilos de vida frente a otros menos saludables. Actualmente el consenso de muchos científicos es que en educación de la afectividad el enfoque adecuado es generar actitudes y motivaciones que promuevan el autocontrol mediante la educación en valores y virtudes, fomentados desde la niñez y principalmente en el ámbito familiar. Esto representa tratar el problema de raíz y solventarlo a largo plazo.
Prevenir embarazos en adolescentes no se resuelve distribuyendo anticonceptivos o preservativos y enseñar su uso a jóvenes de quince años. Esto agrava el problema. La educación sexual de calidad debe resaltar, desde la niñez, el mensaje prioritario de la belleza del amor dentro del matrimonio y enseñar los hábitos para respetarse a sí mismos y a los demás.
Es fácil intuir que el primer reto es reforzar estos conocimientos y habilidades en los padres y maestros. Contando con ellos y únicamente de esta forma, nuestros jóvenes serán capaces de admirar la belleza de la sexualidad humana; aceptar y comprender los cambios en su cuerpo y en su afectividad; integrar sus deseos y responsabilidades; promover modos más saludables de vivir la sexualidad y adquirir las habilidades sociales necesarias para tomar decisiones libres sin ceder a ningún tipo de presión.