La Biblia en las escuelas
No dudo de la buena intención de los diputados del Congreso Nacional que introdujeron una moción para la lectura diaria de la Biblia en las escuelas públicas. Las Sagradas Escrituras constituyen parte del patrimonio cultural de la humanidad y su influjo en la civilización occidental es incuestionable.
El asunto es que la Biblia no es un libro cualquiera. Para los cristianos es la Palabra de Dios, que debe ser leído e interpretado desde la fe para conseguir el objetivo para el que fue escrito. Es una palabra viva que interpela y habla a cada uno y pide una respuesta muy concreta.
¿Le pediría a un profesor de español que diera una clase de matemáticas? Para hablar correctamente de la Biblia, no solamente como una pieza de curiosidad intelectual, hace falta mucho más que simple preparación literaria. Hace falta un compromiso vital con el mensaje y con el autor del mensaje.
Para los católicos, la Biblia es la palabra de Dios puesta por escrito. Es la fuente inagotable de la que manan tesoros de gracia y bendición. Al ser un libro muy especial, requiere un conocimiento particular para atender de forma provechosa su lectura.
En el siglo XVI, Martín Lutero, propulsor del protestantismo, queriendo desligarse de la tradición católica —comunidad receptora de la Biblia como parte del depósito de la revelación— propuso el principio de “sola scpriptura” por el que cada uno tendría la facultad de leer e interpretar, a su modo, las Sagradas Escrituras. Esto provocó que surgieran múltiples lecturas de la Biblia.
Es verdad que el Espíritu Santo habla al que acude con humildad a leer la Biblia con apertura de corazón. Pero para entender la Biblia de forma adecuada hace falta una lectura atendiendo a múltiples aspectos que han de ser tomados en cuenta, como la cultura, el contexto histórico, los géneros literarios y tantos detalles que sí no se recibe una orientación, en lugar de ser una lectura esclarecedora puede más bien confundir.
Solo para tomar el tema del respeto y amor al prójimo aducido por los proponentes de la moción en el Congreso Nacional, es de sobra conocido que si se atiende a una lectura exclusivamente “literal” —el primer nivel de interpretación Bíblica— la lectura se puede volver problemática. Para conciliar el mandamiento supremo del amor promulgado por Jesucristo en el Evangelio con textos del Antiguo Testamento —donde Dios mismo propone en varias ocasiones el extermino de pueblos contrarios al pueblo elegido de Israel— habría que recurrir a enseñanzas como la gradualidad de la revelación, la analogía en las Sagradas Escrituras y la soberanía de Dios como creador del hombre, solo para mencionar algunos.
En relación con si la enseñanza de la Biblia es compatible con la educación laica, se puede tomar como ejemplo la sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos en 1963, Abington Township School v. Schempp, en el que dice que la oración y la lectura de la Biblia en las escuelas públicas irían en contra de la separación de la Iglesia y del Estado que establece la Constitución. Esta sentencia no prohíbe la enseñanza no confesional de la Biblia. Así lo señaló el juez Thomas Clark en el voto mayoritario del Tribunal: “Lo dicho hasta aquí no significa que el estudio de la Biblia o de la religión, cuando se presente de manera objetiva como parte de un currículo laico, vulnere la Primera Enmienda. Ciertamente, se puede decir que vale la pena estudiar la Biblia”.
Existen muchos aspectos a tomar en cuenta en este asunto. También y tal vez por aquí debimos haber comenzado, el derecho preferente de los padres en la decisión sobre la educación que desean para sus hijos.