Juan Carlos Oyuela

La herencia de Marx

El cinco de mayo pasado se cumplieron doscientos años del nacimiento de Karl Marx. El tiempo es el mejor juez, siempre cumple su función de colocar las cosas en su lugar y justa medida. Después de este tiempo, no se puede negar el influjo de sus teorías, muchas de ellas, ya descalificadas. Por ejemplo en el campo económico, histórico y antropológico.

Curiosamente, en la misma Rusia, este aniversario fue poco celebrado. Tal vez queriendo desligarse de un pasado que dejó más sombras que luces.

El materialismo ateo que propuso, parte de presupuestos antropológicos difíciles de sostener hoy en día. La misma crítica a la religión como “opio de los pueblos” o como instrumento de dominación de la burguesía sobre proletariado, sin darse cuenta -o tal vez si- fue sustituido, en su teoría, por una fe ciega, casi religiosa, en un “sistema científico” capaz de predecir la evolución social.

Marx dio un paso más al decir que no se trata solamente de observar esa evolución necesaria de la historia, sino de acelerar su advenimiento. La utópica sociedad sin clases, había que conseguirla mediante la revolución de una clase proletaria que se tomara mediante la violencia, los medios que otros les habían históricamente arrebatado.

La lucha de clases, que él menciona como forma de transformación social, serviría como medio de reivindicación.

En este determinismo histórico que despersonaliza -en aras de los intereses de un colectivo social etereo- se suprime la libertad de las personas. Ya serían otros los que decidieran lo que conviene o no, llámese proletariado, burguesía o el partido, los que controlarían, dirigirían y distribuirían de acuerdo a lo que ellos entendieran como las propias necesidades.

Con la caída del muro de Berlín en el año 89, muchos propugnaron la falla en la ejecución de las ideas las causantes del colapso. Sin embargo, ahora con una perspectiva de más de cien años, documentado con una extensa bibliografía, se confirmaron los errores de fondo.

Ahora, que el marxismo puro sigue solamente vigente en algunos teóricos atrincherados en la academia, no se puede negar la influencia de muchos socialistas que cambiaron el campo de batalla al escenario cultural.

Gramsci, entendió hace muchos años que el dominio del mundo se libraría ahora en el campo de las ideas. En primer lugar, pervirtiendo el uso del lenguaje como instrumento de ideologización. Cambiar el significado de las palabras permitiría expresar ideas distintas. Conceptos como pueblo, tolerancia, democracia, género o derechos fueron empleados en discursos retóricos para adormecer, un nuevo opio, las conciencias. Muchas de las universidades y centros de enseñanza fueron seducidos por teorías derivadas del marxismo y lanzadas a granel por el mundo entero para socavar las opiniones en el que se convirtió lo que hoy llamamos democracia.

Los intelectuales socialistas se dieron a la tarea de presentar un discurso más adecuado al mundo moderno. Dirigieron una ofensiva, bien estructurada, en contra de instituciones que les podían ofrecer resistencia como la Iglesia o la familia.

Gramsci y otros teóricos sentaron las bases para desheredar a las nuevas generaciones de los valores tradicionales y engendrar la aparición de un nuevo tirano que establecería las reglas de lo políticamente correcto. Según estas leyes implacables, se descalificaría como intolerante o fundamentalista al que se atreviera a formar su propio criterio y a tener la valentía de expresar sus ideas disidentes.

Democracia sería en esta nueva dinámica moverse de acuerdo al dictado de las mayorías. La opinión pública, moldeada y conducida por expertos en repetir slogans, se convertiría ahora en el “partido” que dictaría las reglas de lo que es correcto decir o no, hacer o dejar de hacer.

Entender la herencia de Marx y su evolución es indispensable para ser conscientes de muchos fenómenos sociales de hoy en día. Comprometerse personalmente con la búsqueda de la verdad y forjase criterios propios mediante el estudio. Ir contracorriente cuando haga falta y tener la valentía para disentir, de forma respetuosa, son quizá las mejores formas de revertir una triste herencia.