Juan Carlos Oyuela

Cultivar la sensibilidad humana

Brian Bacon, presidente de Oxford Leadership Academy, cuenta una anécdota sobre un evento de liderazgo. Uno de los más importantes en los que estuvo en su vida. Se celebró en San Francisco para conmemorar el cincuenta aniversario de Naciones Unidas.

Eran dos días de conferencias con grandes expositores y profundas reflexiones sobre el capital humano. Los asistentes pagaban 5 mil dólares por estar allí. Sin embargo al final del evento, en un cuestionario de evaluación, la mayoría no resaltó a ninguno de los ponentes. Prefirieron quedarse con una conferenciante que ni siquiera estaba en el programa: la Madre Teresa de Calcuta. Invitada al evento subió poco más de 30 segundos al estrado y cambió todo con su voz suave y pocas palabras:

– Así que queréis cambiar a la gente, pero ¿conocéis a vuestra gente? ¿Y les queréis? Porque si no conocéis a las personas, no habrá comprensión, y si no hay comprensión, no habrá confianza, y si no hay confianza, no habrá cambio.

– ¿Y queréis a vuestra gente? Porque si no hay amor en lo que hacéis, no habrá pasión, y si no hay pasión, no estaréis preparados para asumir riesgos, y si no estáis preparados para asumir riesgos, nada cambiará.

– Así que, si queréis que vuestra gente cambie, pensad: ¿conozco a mi gente?, ¿y quiero a mi gente?…”

Conocer es el primer paso del amor. La sensibilidad por las necesidades ajenas comienza abriendo las ventanas del alma y así dejarnos impresionar, hacernos cargo de los dolores, sufrimientos y las necesidades objetivas de los que nos rodean.

La comprensión de esas necesidades implica el esfuerzo de salir de nosotros mismos. Hacer el esfuerzo de poner las propias preocupaciones y aficiones en un segundo plano. Pensar en los otros, dar prioridad a sus intereses, expectativas y necesidades para luego fomentar la generosidad de forma desinteresada.

En la sociedad actual, plagada de individualismo egoísta, hacen falta personas atentas que rompan la indiferencia presente en muchos ambientes. Empeñarse descubrir la dignidad de cada uno y no dejarles pasar a nuestro lado sin procurar su verdadero bienestar. El interés verdadero por los demás, el amor sincero que se pone manos a la obra, con las manos abiertas para dar, es la única fuerza capaz de sacar a muchos de la profunda crisis de desencanto y desesperanza en la que se encuentran.

Para que este empeño sea auténtico, el primer ámbito para ejercitarlo es en la propia familia. En el caso de los padres, el amor a los hijos viene dado de forma casi connatural. Este amor facilita el conocimiento verdadero que permite luego acertar fácilmente en las necesidades reales de los propios hijos. Este ejemplo es imprescindible porque la única manera de formar en generosidad y sensibilidad humana es mediante el contagio cotidiano de buenas acciones ejercidas una y otra vez, con constancia, sin alardes, de forma natural.

Sin embargo, este conocimiento no se ha de dar por supuesto. Hace falta un esfuerzo de dedicación de tiempo -uno de los bienes más valiosos en esta época-; para escuchar y conversar con cada hijo individualmente. Solamente así se tendrán presentes sus intereses e ilusiones. Un esfuerzo de cariño que se ha de notar, especialmente en los momentos más cruciales de su desarrollo; la adolescencia por ejemplo.

En el ámbito laboral, el liderazgo que transforma vidas y genera compromiso pasa primero por el esfuerzo sincero por comprender a cada uno de los compañeros de trabajo. Comprometerse con el bien verdadero de los demás, ver la propia tarea como servicio para luego cosechar confianza y compromiso.

El picaporte que abre la puerta de la formación de las otras personas no está accesible por fuera. Solamente se abre con el cariño, la comprensión y la preocupación sincera por el otro. Esto no se puede fingir ni comprar. Dejamos que nos ayuden a ser mejores solamente a las personas que se han ganado nuestra confianza, que nos conocen, con nuestros defectos y cualidades. Este amor es el presupuesto necesario para formar de verdad, en las lecciones que más interesan para la vida.

También el conocimiento y el amor son un presupuesto imprescindible en el trato con nuestros amigos. El esfuerzo por conocer al otro, dedicarle tiempo, hará que nos abramos a sus intereses y sepamos saltarnos el egoísmo de pensar solamente en nosotros, que es en el fondo el principal obstáculo con el que se enfrenta cualquier amistad.

Si quieres conocer a una persona, no le preguntes que piensa sino qué ama. Se puede tener el corazón lleno de cosas o personas. Para cualquiera que busque tener ordenado el suyo, lo lógico es que pesen más las personas. Ojalá fomentemos el deseo de llenar el nuestro con la preocupación efectiva por ayudar a ser mejores a todos los que nos rodean. El auténtico amor dilatará nuestras pupilas para saberles atender con una vida comprometida en servicio.