Celebrar el primero de mayo
Previo al primero de mayo, me llamaron la atención las declaraciones de algunos dirigentes sindicales en todo el país. Hacían referencia a diversas exigencias y consignas que emplearían al día siguiente. Cuando le preguntaron a uno ¿cómo celebraría el día internacional del trabajo? Mencionó que en esta ocasión no había nada que celebrar.
No digo que sean incorrectas estas propuestas. En las condiciones actuales de nuestro país hablar fuerte y claro es necesario. Callar ya no debería ser una opción para nadie que quiera desligarse de la complicidad con tanta corrupción y pobreza.
Al escuchar esas declaraciones encendidas, resonaban por contraste en mí, una enseñanza de mis padres: “a cada derecho corresponde una responsabilidad”.
Tan delicado es este balance, que desconfío de forma natural cuando escucho en alguien una referencia casi exclusiva a sus derechos. Sencillamente porque mi experiencia muestra una y otra vez que los duros y exigentes con los demás, suelen ser descuidados y negligentes en conseguir la perfección propia.
En mi opinión, uno de los grandes problemas de la sociedad actual, es centrar excesivamente la atencion en la exigencia de los propios derechos, sin caer en cuenta que esto puede conducir con facilidad al victimismo. Este fenómeno es conocido de sobra por astutos manipuladores. Si quieres inutilizar a una persona, o a un grupo determinado, basta con hacerle creer que la culpa de todas sus desgracias se deben a los deberes incumplidos de los demás. La dificultad de este planteamiento, tan usado por los populismos de derecha e izquierda, es situar tanto al problema como a la solución fuera del círculo de la propia influencia.
En este esquema, las culpas son siempre ajenas. Y perdid a la responsabilidad, se abdica también de la propia libertad. El cómodo, pero nefasto victimismo conduce a la esclavitud del paralítico, del postrado, incapaz de moverse por cuenta propia, condenado a vivir de la limosna de la atención ajena.
Para el que acepta el modus vivendi del menor de edad perpetuo -porque crecer implicaría aceptar la responsabilidad de las propias culpas-, no le queda otra alternativa que gastar sus energías en reclamos, odios y confrontaciones estériles.
Antes de hacer un reclamo, sería lógico preguntarse primero si se tiene el prestigio y la autoridad para hacerlo.
En un entorno plagado de corrupción e injusticia, es más sano comenzar por el cumplimiento de las propias obligaciones. Cultivar el orgullo de la competencia en la propia labor. Así se ejercitarán las habilidades de los que luego levantaría con su prestigio, bien ganado, las distintas banderas de los derechos justos y exigibles.
Enfocarse en el propio trabajo, estar orgulloso de la propia labor, dar ejemplo del deber cumplido. Este es el camino. Podría mencionar abundantes nombres de hondureños que en la historia lejana y reciente han recorrido este camino.
Celebrar el primero de mayo, ¡por supuesto! Tenemos tanto que aprender de las conquistas de tantos trabajadores que con su esfuerzo siguen levantando la sociedad en la que vivimos.
Tal vez nos caería bien meditar en estos días las sabias palabras de nuestro compatriota Froylán Turcios:
“¡Bendiga Dios la pródiga tierra en que nací!
Fecunden el sol y las lluvias sus campos labrantíos; florezcan sus industrias y todas sus riquezas esplendan bajo su cielo de zafiro.
Mi corazón y mi pensamiento, en una sola voluntad, exaltarán su nombre, en su constante esfuerzo por su cultura.
Número en acción en la conquista de sus altos valores morales, factor permanente de la paz y del trabajo, me sumaré a sus energías; y en el hogar, en la sociedad o en los negocios públicos, en cualquier aspecto de mi destino, siempre tendré presente mi obligación ineludible de contribuir a la gloria de Honduras.”